El 20 de noviembre se conmemoró el 97 aniversario de la revolución inacabada o “interrumpida”, como la nombrara en su libro el historiador sudamericano Adolfo Gilly, en una de sus obras más brillantes sobre el fenómeno social que impactó a nuestra nación y al mundo entero a principios del siglo XX.
La polémica que gira en torno a La Revolución Mexicana reclama seriedad en todo tratamiento, pues la historia no es ciencia en sí misma, sino que exige ciencia en su estudio e interpretación para entender por qué fue un acontecimiento clave y transitar por las sendas de los acontecimientos sustanciales en el México actual sin caer en el sesgo de la deformación.
La figura de Emiliano Zapata tiene un sitio definitivo e inamovible dentro de las causas de un pueblo despojado y explotado por antonomasia. Cada aniversario de la Revolución Mexicana se le recuerda por ser el caudillo iniciador de una gesta heroica, así como por su férrea personalidad dentro de una de las etapas más violentas en la historia de los mexicanos.
Quizá E. Zapata no pudo entenderse con Fco. I. Madero, porque a éste le falto estatura política. Efectivamente logró comulgar con los ideales de Venustiano Carranza, pero en la antesala del triunfo nacionalista se sustituyeron las convicciones, se prostituyeron los principios y a través de la manipulación se ocultaron sus verdaderos planes.
Más allá de todo eso, el México de hoy pide un cambio donde no estorben las disputas clasistas ni las venganzas radicales de grupos opositores que únicamente entorpecen los consensos. En realidad, se requieren escenarios donde haya verdadera transparencia en las acciones gubernamentales y la ciudadanía ejerza su poder de elección, participando activamente en el devenir social de una democracia plena.
En nuestro país, necesitamos volver asiduamente al pasado para aprender de él y no cometer los mismos errores; es crucial mantener un criterio histórico expresado en una formación continua de mexicanos concientes de su historia en la que los dirigentes, senadores, diputados y la sociedad en su conjunto, pongan en marcha ideas renovadoras a las viejas problemáticas de siempre.
La polémica que gira en torno a La Revolución Mexicana reclama seriedad en todo tratamiento, pues la historia no es ciencia en sí misma, sino que exige ciencia en su estudio e interpretación para entender por qué fue un acontecimiento clave y transitar por las sendas de los acontecimientos sustanciales en el México actual sin caer en el sesgo de la deformación.
La figura de Emiliano Zapata tiene un sitio definitivo e inamovible dentro de las causas de un pueblo despojado y explotado por antonomasia. Cada aniversario de la Revolución Mexicana se le recuerda por ser el caudillo iniciador de una gesta heroica, así como por su férrea personalidad dentro de una de las etapas más violentas en la historia de los mexicanos.
Quizá E. Zapata no pudo entenderse con Fco. I. Madero, porque a éste le falto estatura política. Efectivamente logró comulgar con los ideales de Venustiano Carranza, pero en la antesala del triunfo nacionalista se sustituyeron las convicciones, se prostituyeron los principios y a través de la manipulación se ocultaron sus verdaderos planes.
Más allá de todo eso, el México de hoy pide un cambio donde no estorben las disputas clasistas ni las venganzas radicales de grupos opositores que únicamente entorpecen los consensos. En realidad, se requieren escenarios donde haya verdadera transparencia en las acciones gubernamentales y la ciudadanía ejerza su poder de elección, participando activamente en el devenir social de una democracia plena.
En nuestro país, necesitamos volver asiduamente al pasado para aprender de él y no cometer los mismos errores; es crucial mantener un criterio histórico expresado en una formación continua de mexicanos concientes de su historia en la que los dirigentes, senadores, diputados y la sociedad en su conjunto, pongan en marcha ideas renovadoras a las viejas problemáticas de siempre.
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